Si, estás viendo el mejor mundial de la Historia. O al menos de los últimos veinticinco años. Y
cómo hace más de veinticinco años yo no existía, o no tenía conciencia, es el
mejor mundial de MI Historia. Y como ahora a MI Historia la estás leyendo vos
es también TU Historia. Por eso, estás viendo el mejor mundial de la Historia.
En primer lugar sacudite de encima ese complejo de petiso judío
homosexual y aceptá el hecho de que los brasileros puedan organizar el –hasta ahora-
mejor mundial de la Historia. Porque lo cierto es que este certamen lo tiene
todo. Una apertura de veinte minutos que a todo el mundo le importó tres
carajos. Una tasa de empates casi nula. Goles y golazos en casi todos los
partidos. Cero vuvuzelas. Escasísima presencia de ñoños europeos, gordos rubios
y pintados, que se paran ante las cámaras a gritar “viva el fútbol” o “sin
ánimo de ofender pero su equipo va a perder”. Cracks que se bajaron de aviones
de oro y se los comieron las tribunas. Cracks que se comieron estadios enteros,
con tribuna y todo. Jugadores anónimos que tallaron sus nombres en la eterna
lista de Replays de la que históricamente come el ya-no-tan-gordo-Bonadeo. Y un
Joseph Blatter al que todo el estadio abuchea sin saber bien porque cada vez
que la cámara lo ubica (que es lo que aporta la cuota de irascibilidad
colectiva que toda buena competencia multitudinaria debe tener).
Pero lo mejor del mundial, lo que más se destaca de estos veinte días que
pasaron, es el absoluto maniqueísmo en el que se desarrolla la competencia. Porque
por más que hayas sido criado en la armonía, y te hayan contado mil veces eso
de que no hay ni buenos ni malos, que nada es verdad ni es mentira, y que nada
se pierde todo se transforma (Drexler dixit), vos siempre supiste que eso es una
fábula que inventó Papá Noel para ahorrarse algo de la guita de los regalos. Por
eso está bueno que pasen estas cosas, que buenos y malos se destripen en
directo para poder mirarlo a tu viejo a la cara y decirle que lo que te enseñó
es puro marketing.
Así fue que vimos como un patito horrible y medio deforme partió volando
desde las playas de Costa Rica y lo gastaron tanto que con suerte llegó a
Brasil. Y una vez ahí puso media docena de huevos, se los colgó abajo del bulto
y salió a cargarse a tres campeones mundiales. También vimos como los hermanos
uruguayos tropezaron en plena avanzada (con el pato-cisne), y ahí tirados en el
piso los taconeó todo el mundo. Después, con los ojos llorosos vimos levantarse
a los uruguayos, dar vuelta el mantel manchado, y comerse a los ingleses con
las manos y a mordiscones (los mismos mordiscones y del mismo jugador que, un partido después, les hicieron perder un
delantero y la cabeza a tres cuartos de plantel). En octavos les tocó caer, y
volverse al Uruguay, donde Mujica los esperaba para que le firmen el álbum de
figuritas. Pero cayeron ante los cafeteros. Selección más noble todavía. Con
sus figuras cristianas y sus bajas expectativas. Con su héroe caído Falcao
mirándolo por Pay Per View desde Bogotá y su fonéticamente perturbador y juvenil
esperanza James Rodríguez clavando un golazo más eterno que el propio Mondragón.
Otro héroe caído fue Argelia. Al que le tocó jugar contra Alemania en octavos
de final y renovar sus credenciales de odio por el partido que en el mundial 82
los teutones arreglaron con los austríacos, pasando de fase en tándem y cagando
soberana y antideportivamente a los africanos. Parecía que los argelinos
finalmente iban a tener su revancha, y si no podían eliminar a los alemanes al
menos les iban a fracturar dos jugadores por línea. Pero no, los negros optaron
por el honor y se fueron silbando bajito. Y no levantaron la cabeza ni para
elegir pasta o pollo en el avión de vuelta a casa.
Este es el mejor mundial de la Historia, porque está pasando ahora. Y no
me importa quién gane la copa y quien se vuelva en cuartos (sí que me importa
pero queda mejor así). Lo que me importa es que quedan ocho partidos, que son
ocho oportunidades para ver cómo van a ir cambiando las historias que voy a
contar los próximos cuatro años. Que van a ser ocho batallas a muerte, a todo o
nada, con nervios, pasto y canilleras volando por los aires en cámara lenta.
Van a ser ocho guerras, ocho funerales, ocho milagros. Y todo para coronar un
campeón. Uno que está por encima de todos. Uno que sobrevivirá por siempre. Y
que termina siendo el mismo mundial tras mundial: La FIFA.
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