sábado, 25 de enero de 2014

A través del túnel


Perdí de vista al conejo y me extravié entre los túneles que, ahora que lo veo y lo digo, no tienen luz ni trenes- Solo aire sucio y fotos de otras vidas colgadas de sus paredes. Avanzo entre penumbras, tiemblo y tropiezo seguido, la cabeza pesada de tanto albedrío. El túnel se achica, comprime los recuerdos en imágenes vagas e inciertas, lo bueno quedó atrás, todo tiempo pasado fue mejor.

Cada vez hay menos caminos que tomar, una brisa helada me empuja desde la nuca y un aliento pesado lame mi rostro, huelo un fósforo apagándose, siento la sangre en los codos raspados. Caigo, ahora soy más alto que el túnel, no hay lugar para caminar erguido. Me arrastro serpenteante por el suelo húmedo, oigo ecos que me llaman, o me despiden, no estoy seguro. Siento el calor de la hoguera que consume de todo lo que he sido, mi cama, mi escritorio, mis perros, todo arde y se derrite como la vela con la que entré al túnel, y que se consumió mucho antes de lo previsto.

Casi no hay aire y estoy al borde de desvanecerme, un brillo reluce en el fondo, casi no tengo fuerzas pero lo alcanzo. No hay más adonde ir, el túnel me abraza como una placenta, -placenteramente-. En el suelo del túnel, al final del camino, el cadáver del conejo blanco. Su pelo es más suave que nunca, y se nota que ha llorado. De su cuello cuelga la llave que alguna vez creí que podría conseguir.

miércoles, 22 de enero de 2014

Calcomanías

Basta con que yo escriba algo, lo altere cien veces y se lo pase a alguien (cualquiera) para que pierda todo gusto por esa pieza. Una vez expropiado de mi inmanencia, desnaturalizado, el relato se me hace tan interesante como el instructivo de una fotocopiadora. Y así ha de volar convertido en avión de papel, o hundirse como señuelo de plomo. Es que una vez que cae sobre su regazo la maquinaria estereofónica del perfil ajeno se pierde el control sobre todo lo escrito. Y la puntuación confunde, y los personajes se aglutinan, y es muy probable que no hayas visto el gajo de mandarina que se cayó junto al pie de la cama mientras ella le decía que el beso en la estación había sido una mentira. No lo viste, pero ahí estaba. Porque es responsabilidad tuya levantar el texto por sobre tu cabeza, asomarlo. Y porque sos el exclusivo dueño de tus propios pelos, y sólo si logras que cada una de las letras encaje como un lego con tus terminaciones nerviosas y tus niveles de serotonina, tal vez por un momento se te ericen.
Hay de todo. Poemas que pueden leerse en un viaje de ascensor. Cuentos dietéticos que hacen que uno se saltee las comidas. Y hasta novelas matemáticas que arremolinan la tensión y se te van en las dos últimas páginas con ese ruido grotesco que hace el agua al terminar de escaparse por el resumidero. Hay incluso algunos pasajes tan precisos que nos tuercen los brazos y obligan a dejar por un momento el libro sobre la cama o la mesa, y juntar las palmas en rezo meciendo las muñecas al tiempo en que se susurra una santa puteada en homenaje a su autor. Hay también de esos libros que uno lee a escondidas, porque algunas de sus tuercas no encajan en la maquinaria que elegimos ostentar. Porque hay goces que uno no se permite, no en público. Y entonces solapamos su lectura, mientras nos abandonamos a la culpa y la paranoia, que no es otra cosa que la clase de ficción más real que se puede consumir.
Hay gente que colecciona libros, gente que colecciona señaladores, incluso conocí un hombre en San Telmo que colecciona portadas, las pega en collage en la pared de su negocio. No se me hizo la idea de preguntarle si después de arrancarle las tapas a los libros los leía o los tiraba. No viene al caso.
Lo cierto es que termino de escribir esta diatriba, y si te llega es porque dejó de gustarme. Porque al igual que los juguetes, uno comparte sus relatos cuando ya se cansó de jugar con ellos.
En cualquier momento su fugaz efecto se desvanecerá, justo antes de que hierva el agua para el café. Vas a levantarte y tal vez lo revuelvas en silencio, y eso será todo, y pensarás en lo que viene, con la cara llena de aroma, mientras mis palabras se transforman en otra más de las calcomanías que llevas pegadas en las puertas del placard

El vuelo del emperador



Una vez tuve un sueño, tan ajeno e inverosímil como solo un sueño puede serlo. Era de color rojo y nauseabundo. Cuando desperté, sofocado, pasé varias horas intentando recordar cada detalle, cada una de las imágenes que en mi inconciencia había creado. No fue fácil. Sólo cuando la ilusión se tornó fresca e inmediata, cuando la confusión dio paso a la nitidez, comprendí que había logrado capturar mi sueño. Sin embargo, al mismo tiempo, comprendí que no sabía contarlo. Entonces decidí guardarlo en una caja de madera sobre la cómoda de mi cuarto. Ahí habría de quedar, durante décadas, en la vigilia.
La noche en que mi hijo cumplió diez años festejamos en casa con la familia. Comimos torta y lo ayudamos a abrir algunos de sus regalos. Recuerdo lo mucho que se rió aquel día. También recuerdo que por la noche, casi de madrugada, me levanté de la cama en busca de un poco de agua. Al dirigirme a la cocina pude oír, suavemente desde su habitación, el llanto fugaz de mi hijo. Al entrar en su cuarto me dijo que había tenido un sueño, un sueño blanco, lleno de brillo y de movimiento, pero que no sabía cómo contármelo. Fui entonces a mi cuarto y busqué aquella caja. Ahora en un cajón de la cómoda. Al regresar, mi hijo guardó su sueño junto con el mío y dejamos la caja en uno de los cajones de su escritorio. Después nos quedamos hablando de cosas menores, sin importancia ni apuro, hasta el amanecer. 
Unos años después, cuando llegó la crisis, tuvimos que irnos del país. Entre la prisa y la improvisación, algunas de nuestras cosas fueron perdidas y olvidadas. Un matrimonio joven se mudó con su pequeña hija a la que había sido nuestra casa, y en una bolsa de arpillera debajo de las escaleras, la niña encontró una mañana de verano la caja de madera con nuestros sueños dentro. Guardó en ella un cabello blanco de su madre, y la puso junto con sus libros sobre la repisa de su cuarto.
Cuando la niña creció, estudió veterinaria en la Universidad de Casilda, y después de obtener su título se fue a vivir a un campo de La Pampa a trabajar en un tambo. Varios años después, una noche de invierno, mientras dormía en su casa, alejada de las ciudades y los caminos, una insignificante pérdida de gas hizo explotar la garrafa de su habitación. Los muebles y las cortinas ardieron al instante y el humo la sofocó hasta la inconciencia. La estancia entera comenzó a arder en la noche negra, esparciendo un brillo indiferente sobre un gran Arce milenario, ubicado entre la casa y la plantación de soja. La caja de madera, que había llevado siempre con ella, y que guardaba en su cuarto entre tantos otros recuerdos de su infancia, también fue alcanzada por las anónimas llamas.
Una enorme bola de fuego iluminaba el cielo diáfano. El resplandor se expandía a través de las hectáreas sembradas. Todo crujía, dentro y fuera de la casa. La imagen de una entraña que se retuerce en llamas, soberbia, se mostraba desde la distancia y la holgura del campo. El viento se hizo desde el sur, y el fuego alcanzó el Arce contiguo. Ahora sus hojas encendidas comienzan a llover en cientos de faros indiscretos, flotando caprichosamente entre la humareda.
Veo, desde la barbacana de mis días, el retrato de aquel sueño lejano, y doy un último grito ahogado hacia mis adentros, al tiempo en que me desuello irreparablemente.

De un soplo entre las llamas, un búho emperador vuela desde lo profundo de aquel siniestro, disgregando el cielo encendido con sus alas blancas y su presagio de continuidad. A mi lado, a través de la infranqueable distancia, mi hijo llora de nuevo. Sabe que nuestro capitulo, tan sincero y carnal, termina con aquella ave soñada, que ahora se aleja. 

La paz del que duerme

“Constantemente presiento que se aproxima la desgracia,
por eso escribo, porque entiendo que cuando llegue
estará todo dicho”.

Cuando sentí el ardor en el tobillo me di cuenta de que casi no se había movido. Le había ofrecido mi cartílago como quien deja caer un billete en el parque y continúa su camino por la senda populosa. Apenas hizo lo suyo reptó a un costado, irreverente, sin siquiera observar el espectáculo desencadenado.
Sólo las primeras lágrimas fueron de dolor. Lentamente mi espina comenzó a tomar la forma de mi verdugo, al tiempo en que se me agrietaba la piel. Corrí hacia el sur. Hace algunos años escuché a un guía decir que antes de llegar al arenal vivían isleños. Mi cara golpeaba las ramas, apartándolas. Mis brazos, como látigos, se perdían entre el follaje. Tenía sed, y sentía que el corazón bombeaba escandalosamente en un intento de apartar el veneno que lo iba sitiando. Una rama caída, traicionera, probablemente de las tantas que habían salpicado con savia mi machete, me trabó la pierna buena, y sentí redondo en boca el sabor del verano. Peso muerto sobre un colchón verde lleno de vida. 
Cuando era todavía un niño, mi padre me llevó al campo para que viera como era su trabajo. Caminamos por los surcos entre la soja, frotando los brotes con las yemas de los dedos. Cuando llegamos al final de la línea se arrodillo delante mío, señaló un tallo tardío, minúsculo, y dijo <no va a engordar los quintales, pero al menos hace al paisaje>. Años después ya no volvimos a hablarnos. Supongo que no pude vivir tan derecho como él araba.     

Mis gotas de sudor refractaban la luz del mediodía, habrían pasado unas dos horas. Acepté que no podría continuar. Siempre supe que no llegaría lejos, incluso antes de la mordida lo supe. Me incorporé como pude y logré apoyar mi espalda sobre el tronco de un paraíso. Oí coros que sonaban como pájaros. Ya no me dolía la pierna. El calor me abrazó por dentro y sentí los brotes de soja entre los dedos. Abrí bien los ojos antes del fin, a partir de aquel día en el campo había querido morir mirando las copas de los árboles, desde abajo, y abonar geranios.

El queso en la luna

Está haciendo más frío, y no sé si en cualquier momento no se larga a llover. Me apuré al pedo. Le tendría que haber dicho Zeballos. Siempre me hace lo mismo, mitad de camino las pelotas, después me quedo esperando quince minutos como mínimo, congelado. Preferiría seguir caminando, hasta Zeballos por lo menos, y no estar clavado acá como un macetero. Este jean es la cosa más incómoda que me puse alguna vez en las piernas, incluida la gorda Heter (la gorda Heter ¿Qué ironía ah?). La pilcha que me manda mi vieja es siempre inusable, tengo en la sisa una réplica del Muro de Berlín y un huevo de cada lado, tratando de trepar el paredón. ¿Cuánto hará que me prendí el último? Algo le voy a decir, si se enoja que se vaya a cagar, ya van diez minutos. Pasa que cuando se calienta no la controlo, ella no se controla, creo que es capaz de casi cualquier cosa, como la semana pasada que revoleaba la pava con agua hirviendo mientras me puteaba porque decía que hacía dos meses que no la sorprendía con algún programa “creativo”. Primer punto, si la mina está siempre esperando ser sorprendida, la única manera de sorprenderla es no hacer nada, y entonces que la sorprenda la falta de sorpresas. Es imposible. Qué programa le voy a proponer si todos los ratos juntos ya están diagramados por ella con días de anticipación. La semana pasada hicimos cine, parque, la feria de mierdas viejas que hay en el parque (o sea, parque de nuevo), cena con sus viejos, cena con mis viejos (mi vieja hizo milanesas), el viernes tuvimos el cumpleaños del narigón y el sábado nos fuimos todo el día al campo del marido de la hermana en la concha de Entre Ríos. ¿En qué momento entonces se supone que meta la sorpresa? Al pedo le respondí que si lo que quería era sorprenderse entonces yo iba a empezar a cagar con la puerta del baño abierta. Eso no estuvo bien, y ahí fue cuando pensé que me bañaba con el agua hirviendo de la pava. Si te aburrís jodete, yo no soy tu marioneta, comprate un caniche, rosa, que te rompa bien las pelotas como vos me las rompes a mí. Bah yo me prendo un cigarro, estos caramelos no sirven para un carajo. ¿Era San Juan, o San Luís? Creo que dijimos San Luis, me tengo que comprar un auto, un R12, un fito, algo. Como el de Lucio, Lucio la hizo bien, claro que vive con los viejos y no se paga la comida, ni los impuestos, ni la nafta se paga el hijo de puta, si la vieja cada vez que se lo pide para ir al super se lo devuelve con el tanque lleno. Por eso se levanta minas, anda en una nave, buena pilcha, siempre dulce, paga los tragos, suma por donde lo mires, y para cuando les dijo que vive con los viejos la mina ya está enganchada, ya se subió al bondi. En cambio yo no, para cuando les digo que vivo solo la piba ya se hizo la idea de que soy un seco, y no hay mono-ambiente que alcance. ¿Que busca este? –No amigo, no tengo- (no me rompás las pelotas). De todas maneras no me fue tan mal, Lola está linda, a mis amigos les gusta, me doy cuenta que le buscan el pecho cuando se pone esas blusitas sueltas y la agarran de los dos brazos cuando se les acerca a saludarlos con un beso. Lástima que sea tan lerda la hija de puta. Igual la adoro, pero no hay amor que no venga sin su cuota de demonios. Está canción no me gusta para nada. Es buena la banda pero se mandan a hacer estos temas experimentales que son un bodrio, puro tecladito cirquero y redoble. Siempre me preguntan por qué no estoy en una banda, “si tocas re bien”, a mí que carajo me importa, también hablo muy bien inglés y no por eso me voy a vivir a Londres. No tengo interés en hacer una música que no me gusta, y la música que me gusta no la sé ni la voy a saber hacer. Hoy las banditas de garaje venden todo menos música, es una estafa en realidad, los pibes los siguen porque tocan a la vuelta del barrio, entre minas que conocen, y les encanta chupar escenarios y tener un dibujo que pintarse en las remeras. Por eso las bandas “de barrio” son todas de Rock, ¿Dónde se vio una bandita de garaje que haga tango electrónico? ¿O Jazz Fusión? ¿O Bossa Nova? Es Rock o Reggae, y esos porque viven fumados, y los que los escuchan viven fumados, y lo peor que te puede pasar es escuchar un disco entero de una banda Reggae sin estar fumado. Son como esos chupetines que venían antes que los metías en unas bolsitas con un polvo raro y te hacía efervescencia en la boca, algo así. El Reggae y el faso son como el Fernet y la Coca, solo uno vale algo sin el otro. –Chá ¿Cómo andas?- (¿De dónde lo conozco a este flaco?). Como me gustaría rajar de acá. Tomarme los vientos, como dicen los uruguayos. Por ahí al sur de Uruguay, o al sur de Chile, o simplemente al sur. Alguna cabaña en el medio de la nada, montañas, mucho bosque (mucho), que no me conozca nadie, no saludar ni a la mañana. Plantar malvones, naranjos y marihuana, leer a Fidor y a Soren, cortar leña (mucho bosque), con los viejos lejos, sin cumpleaños, sin campos en Entre Ríos. Me despierto despacio y me estiro en la cama de madera sobre el piso de madera bajo el techo de madera (mucho bosque), me preparo un café bien fuerte mientras pienso en todo aquello que estará pasando por arriba de mis hombros, y de lo que soy tan ajeno. Elijo los tocones de cedro o pino para quemar en la chimenea (mucho, mucho bosque). Arrastro los pies porque puedo, porque elijo hacerlo, bah, porque tomé las decisiones necesarias, y un tanto radicales, como para poder permitírmelo. En algún lugar, arriba de la pampa, la gente comienza a recibir los mails del día, con briefings, y PDFs, y meetings, y un montón de saludos cordiales. Yo me afeito en la cocina. Antes sacudo la nieve del marco de la ventana, como muchos se sacuden la caspa de las hombreras de sus sacos, y veo el sol desenrollarse en mi persiana, sabiendo que no voy a despedirme de él hasta el crepúsculo. Sé que el perro me espera en el living, que no me va a pedir nada cuando llegue, que le alcanza con el fuego prendido (igual que a mí). El café es el mismo que en otros lugares, tal vez un poco más dulce, pero en otros lugares lo toman de parado al lado de un bidón de agua invertido, y yo lo apoyo sobre una vieja mesa de sastre llena de papeles garabateados que rascan una Olivetti. No me molesta que se corte la luz, ni que se caiga la red o se apague el Wi Fi, nada importante tiene que salir o entrar de mi cabaña. Tal vez silbe un tango mientras reacomodo los libros consultados la noche anterior, y vacíe los ceniceros y lave las copas de vino que han quedado al pie del sillón. Ahí está Lola, ya viene con cara de orto. Mejor me voy acercando para que después no diga que la espero como un busto de plaza. Me estoy dando cuenta que, no es que quiera ser escritor, es solo que me gustaría demasiado poder robarle la vida a uno.     

martes, 21 de enero de 2014

Macroscopio

Publicado en CONCURSO DE MICRORRELATOS DE FANTASÍA 2014 /    SOPADERELATOS.COM

Descargó uno de esos novedosos programas de imagen satelital. Acercó la cámara a su jardín y pudo ver el álamo y los malvones. Se alejó con la rueda del mouse y vio su cuadra, su barrio, su ciudad. Siguió retrocediendo, sobrevolando su país y continente, hacia el espacio. Vio Saturno con sus lunas, Plutón degradado, la Vía Láctea, Andrómeda y la Gran Nube de Magallanes. Se alejó mucho más y ahora las galaxias formaban cientos de copos de nieve que caían aletargados sobre una montaña roma. El copo formado por la Vía Láctea estaba a punto estrellarse contra el suelo.

martes, 7 de enero de 2014

LOS PORQUÉS DE LOS POR NADA

La razón por la cual la esquina superior derecha de este blog no ha sido "llenada" no responde a un desacierto. No es un error de diseño ni una falla técnica. Y, si bien lejos me encuentro de poder ponerme los pantalones caquis de los web designers; web masters o webbing planers, podría haber solucionado ese "agujero negro" con persistente facilidad. Sin embargo cuando me dispuse a iniciar mi protocolo de reparación de software (consistente en un frenesí de clicks izquierdos y derechos y ctrl + tecla random hasta que Messi la clava en el ángulo en la Play Station de un albino en Rumania), me di cuenta de que realmente no había razón para llenar aquel espacio. La publicidad gráfica nos ha demostrado que se puede (y se debe, Deus ex Marketing) exprimir cada ápice milimétrico de espacio real o virtual o visceral. Entonces un espacio vacío no puede justificarse. ¡¿En un mundo donde hay chicos que se mueren de hambre vos desperdicias la esquina superior derecha de tu blog?! No, no sera permitido! vade retro demonio antiambientalista, degenerador de la cultura del ahorro y el reciclaje, ocupa el espacio que se te ha dado, y por el cual miles de ingenieros en sistemas y diseñadores web han sacrificado sus vidas y han desgarrados sus caquis para que las nuevas generaciones podamos levantar la frente bien alto y romper el nuevo milenio de un cabezazo tecnológico. 
Pensé en lo absurdo de todo eso. Y me decidí por no ocupar el rincón.
Así, ese rincón es mi vanguardia, mi casco hecho de nada, mi alfombra roja del orgullo. Al menos hasta que el blog tenga miles de visitas diarias y una empresa de fast food este dispuesta a pintarle un M dorada en el medio.
 

PRIMERAS VECES

Posted on January 4, 2014 at 8:56 am by 


Sabía que con 19 años era demasiado joven para mi primera mamografía. Pero mis pechos habían tomado tales dimensiones durante los últimos meses que decidí hacérmelos ver para despejar cualquier duda. Hacía todavía cierto calor a pesar de estar terminando el verano así que fui a la consulta vistiendo una mini y una ligera blusa celeste. El médico de turno era un residente con apenas unos años más que yo. Llevaba barba de pocos días y lo que llamó mi atención, además de su buen aspecto, era que sus hombros lucían tan fuertes que parecían tallados en madera.
Me senté sobre la camilla (estaba nerviosa) y me quité blusa y sujetador. La brisa cálida del ventilador sopló mis pechos sostenidamente. Podría jurar haber visto la sangre del residente fluir violentamente cuando se volvió y vio mis tetas por primera vez. Las marcas de sol del bikini marcaban el terreno virgen, y mis pezones tersos y acuarelados concentraban el sabor de mi misterio. Caramelo de mujer.
Con forzada templanza, el residente comenzó a auscultar y tantear mi busto, rozándome con sus manos desnudas mis tetas desnudas, circulando mis redondos pezones, frotando mis aureolas. Lo hizo tan delicadamente y con tanta firmeza que para mi sorpresa logró excitarme completamente!
Sin poder controlarlo vi mis pezones endurecerse ante su rostro lleno de regocijo. La sabandija lo estaba haciendo a propósito. Yo lo disfrutaba enormemente, pero él lo disfrutaba aún más, interminablemente.
De pronto, pude notar que a través de su fino pantalón de lino se asomaba una enorme erección, y no pude evitar saltar de la camilla de la sorpresa. Ambos nos asustamos y él, visiblemente nervioso, dio por finalizada la consulta. –Está todo en orden- diagnosticó. Y mientras salía del consultorio pude ver la huella húmeda, informe y precursora, que había dejado sobre camilla de cuerina verde.

W. G. RIVERS

COWGIRL

Posted on January 4, 2014 at 9:02 am by  


La había conocido hacía un rato en la barra, bailamos y luego nos sentamos en el mismo banco de un cubículo en el rincón de la disco.
-Apuesto a que sos como todos, lo único que quieres es disparar tu pistola- me dijo con risa entretenida.
-¿Alguna vez pensaste por qué le dicen pistola?- Evadí el comentario anterior mientras fondeaba un vaso de energizante con vodka.
-Porque es igual- acusó ella –misma forma-
-Pero se manipula distinto- Contradije.
-No necesariamente cariño, te voy a enseñar, date la vuelta-
Giré mi cuerpo sobre el banco de modo que quedé mirando directamente hacia la pared. Ella levantó una mano sobre mi hombro y comenzó a masajearlo (una actitud un tanto jugada pero no impropia del lugar), pero con la otra mano atravesó el hueco entre el respaldo de la banqueta y mi cintura y llegó fácilmente a mi entrepierna. Camuflada por nuestras espaldas y la pared logró desabrocharme el jean y liberar mi miembro.
Ya estaba semi erecto, en un estado que llamo “gomoso”. Liberó mis testículos y los colocó en su mano, conteniéndolos con sus dedos meñique, anular y mayor, mientras que con el índice y pulgar abrazó el tronco de mi verga desde la base. Así, tomándome desde atrás me susurró al oído. –Ves cariño como se agarra exactamente igual que a una pistola, la única diferencia es que voy a tener que gatillarla 150 veces para que dispare-. Y comenzó a masturbarme en la base del tronco con sus dos dedos mientras que con el resto acariciaba mis huevos. No aguanté 50 gatilladas antes de disparar un enorme cartucho de semen sobre el banco de madera, ella ni se salpicó.
–A veces no puedo evitarme las ganas de disparar una buena pistola- me dijo y salió de la disco.

W. G. RIVERS