Porque la noche es un reducto oscuro, mínimo y expansible, en el
cual, como en un cine o teatro, nadie llora solo, sino entre vecinos fugaces que
comparten la sala, o la noche.
La noche entera cabe en la yema del dedo que toca el timbre que
durante el día intentaste olvidar. Baja súbita de las copas de los árboles de la
vereda, y sube en cada ascensor esperanzado. No tiene vértigo ni aversión por
los insectos. Se va haciendo fuerte entre las ropas enrolladas a los pies de las
camas, en los almohadones arábicos que rodean mesas ratonas quemadas por
sahumerios, en los platos sucios sobre las piletas húmedas.
La noche todo lo transforma, en la noche habitan los fantasmas,
donde las multitudes de solos son testigos de la ciudad que se repliega, que se
autodevora en sus formas y desconoce sus propios límites.
Estamos hechos de noche, y de noche descansamos lo que la noche descansa en nosotros.
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