Tengo un cuaderno, una libreta y una libretita, en los que
voy anotando desde cómo se me cae el pelo hasta la rubicunda expresión de mi
vecina Alicia la mañana en que Raúl, su filo, se le apareció en plena vereda a
gritarle que finalmente había enviudado. Las leyendas soeces escritas en los
billetes con la ortografía de la educación pública, la baba de los infantes en
las cadenas de las hamacas de Plaza España, las calorías descartadas por los
joggistas en el paseo costanero, que se arremolinan en supernovas adiposas sin
estilo ni futuro. Todo va a la libreta en una especie de guión
supercinematográfico con soundtrack rimbombante y final de Libertango, que se va
abriendo paso entre los culebrones mal atados y los formatos de actualidad
conducidos por humanoides bien peinados que presentan notas antropófagas en
blanco y negro.
Trato de hacer foco en la cadencia, en el movimiento náutico
que hay detrás de cada partícula, y que estúpidamente morigeramos cada vez que
decimos –huy, mirá que linda está la luna-, desentendiéndonos de todo lo otro,
de la secuencia; del dolor en el cuello que te hizo levantar la cabeza, que
hace unas horas te voló tu vieja, que hace tres días que no se toma un mate con
vos, que hace dos meses que estás saliendo con éste chico nuevo, del que ella
todavía no sabe nada. La luna es la pausa, o el ojo entreabierto de tu vieja.
Todo es una secuencia en fuga, que se entrevera en la
lontananza disimulando los solsticios. Por eso me gusta tanto Jarrett, porque
en medio de una pieza instrumental kármica da un gemido y te patea el piano en
la trasnota, para que escuches al tipo que está tocando el piano, y después escuches
el piano.
La gente piensa que ya estoy gastado. Cuando me ven sentado
en el banco del parque, con mis libretas y libretitas, piensan que levanto quiniela
o que les estoy haciendo un censo a las palomas. Poco me importa, porque entonces
veo a los pies de esa gente una rama de fresno que remonta la grava con la
misma forma en que el Paraná remonta la Mesopotamia, inhalo profundo, y siento
como mis células se van inmolando ante tanta congruencia.
Quedará de mi un recuerdo vano, breve, y una aglomeración de
libretas y libretitas en algún habitáculo color sepia en el que siempre será de
noche. Quisiera contar con que aquel que las encuentre notará que todas las
puntas inferiores de las hojas han sido arrancadas en forma irregular, y tal
vez comprenda con el tiempo que algunas cosas no pueden ser enumeradas.
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