viernes, 5 de julio de 2013

Fanfarria

Tengo un cuaderno, una libreta y una libretita, en los que voy anotando desde cómo se me cae el pelo hasta la rubicunda expresión de mi vecina Alicia la mañana en que Raúl, su filo, se le apareció en plena vereda a gritarle que finalmente había enviudado. Las leyendas soeces escritas en los billetes con la ortografía de la educación pública, la baba de los infantes en las cadenas de las hamacas de Plaza España, las calorías descartadas por los joggistas en el paseo costanero, que se arremolinan en supernovas adiposas sin estilo ni futuro. Todo va a la libreta en una especie de guión supercinematográfico con soundtrack rimbombante y final de Libertango, que se va abriendo paso entre los culebrones mal atados y los formatos de actualidad conducidos por humanoides bien peinados que presentan notas antropófagas en blanco y negro.

Trato de hacer foco en la cadencia, en el movimiento náutico que hay detrás de cada partícula, y que estúpidamente morigeramos cada vez que decimos –huy, mirá que linda está la luna-, desentendiéndonos de todo lo otro, de la secuencia; del dolor en el cuello que te hizo levantar la cabeza, que hace unas horas te voló tu vieja, que hace tres días que no se toma un mate con vos, que hace dos meses que estás saliendo con éste chico nuevo, del que ella todavía no sabe nada. La luna es la pausa, o el ojo entreabierto de tu vieja.

Todo es una secuencia en fuga, que se entrevera en la lontananza disimulando los solsticios. Por eso me gusta tanto Jarrett, porque en medio de una pieza instrumental kármica da un gemido y te patea el piano en la trasnota, para que escuches al tipo que está tocando el piano, y después escuches el piano.
La gente piensa que ya estoy gastado. Cuando me ven sentado en el banco del parque, con mis libretas y libretitas, piensan que levanto quiniela o que les estoy haciendo un censo a las palomas. Poco me importa, porque entonces veo a los pies de esa gente una rama de fresno que remonta la grava con la misma forma en que el Paraná remonta la Mesopotamia, inhalo profundo, y siento como mis células se van inmolando ante tanta congruencia.

Quedará de mi un recuerdo vano, breve, y una aglomeración de libretas y libretitas en algún habitáculo color sepia en el que siempre será de noche. Quisiera contar con que aquel que las encuentre notará que todas las puntas inferiores de las hojas han sido arrancadas en forma irregular, y tal vez comprenda con el tiempo que algunas cosas no pueden ser enumeradas. 

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